sábado, 1 de diciembre de 2012

Los politicos mediocres


Los partidos políticos son parte del problema de España y no de la solución

Francisco Rubiales.- Tienen razón y aciertan los ciudadanos al rechazar a los partidos políticos y al considerar a la clase política española como el tercer gran problema del país. El porcentaje de los que consideran la política como uno de los tres mayores problemas de España no para de crecer y supera ya el 27 por ciento. Algunos expertos señalan que situar a los políticos como tercer gran problema del país equivale a colocarlos como el primero, ya que los políticos son los responsables directos de los dos primeros: el desempleo y la situación de la economía.

Casi todo el país, con mas o menos intensidad, critica y rechaza a los políticos, pero los partidos, demostrando que son organizaciones podridas e incapaces de conectar con la ciudadanía a la que dicen representar, no se dan cuenta. Su tozudez, su antidemocracia, su esencia corrupta y su capacidad para hacer daño y destruir han convertido a los partidos políticos en el mayor obstáculo para el progreso de España y en el enemigo público número uno de la ciudadanía.

Más de 200.000 empresas españolas han cerrado porque los polítiticos que gobiernan no les pagaban lo que les debían, lo que convierte a la clase política en la mayor asesina del tejido productivo en toda la historia de España. Han sido tan torpes, arrogantes, incumplidores de las leyes y obtusos que han creado o alimentado todos y cada uno de los grandes probkemas que padece la España actual: desde el nacionalismo, que era residual a la muerte del dictador pero que ellos han convertido en una marea independentista, hasta la destrucción de los valores, la degradación de la democracia, la elevación de la mentira y del engaño a la cúspide de la política de Estado y la creación de una nación que hoy es considerada como el mayor problema de Europa, plagada de desempleados, de nuevos pobres, de gente triste y de ciudadanos sin confianza en sus líderes ni esperanza en el futuro.

Han incumplido la Constitución y la han interpretado a su capricho, convirtiendo la descentralización autonómica en una amalgama de reinos de taifas y de cortes lujosas e insostenible, cada una con su propio gobierno, ministros, parlamentos, defensores del pueblo y, en algunos casos, hasta con embajadas y estructuras económicas paralelas.

Han introducido la corrupción, que anidaba y florecía en los partidos políticos, en las instituciones del Estado y han utilizado el dinero público para beneficiar a los amigos y aplastar a los adversarios. Han creado un Estado insostenible, tan lleno de enchufados, casi todos familiares y amigos del poder, que hoy es insoportable e hiriente y que constituye el gran lastre de España, con un peso que impide al país despegar y crecer. Han trucado concursos publicos, robado, aplicado la ley con arbitrariedad, falseado oposiciones oficiales, falseado documentos, extorsionado y corrompido las transaciones e inversiones públicas, convirtiendo al país en un caldero de sinvergüenzas y de canallas provistos de salvoconducto oficial.

Dentro de ese mal de estupideces, errores, injusticias, abusos y desmanes, hay tres fechorías realizadas por los políticos españoles que claman al cielo: la primera es la destrucción sistemática de los grandes valores, poblando el país de delincuentes activos y potenciales, de corruptos, de aspirantes a poder robar, de borregos sometidos y dependientes del poder, mál educados y con alma de esclavo, propensos al fanatismo y al odio. La segunda es haber asesinado la democracia, transformándola en un “regimen” de facto que, al margen de la Constitución, es el que domina la política española, más próximo a una dictadura de partidos que a una democracia real, un sistema carente de ciudadanos en el que el político campea sin controles ni frenos, operando con una despreciable y anticívica impunidad no escrita pero real.

Han sometido a los poderes básicos del Estado hasta el punto de que los partidos controlan el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Han engordado el Estado sin prudencia y con una frivolidad obtusa, llenándolo de asesores, enchufados, familiares y amigos del poder.

Por último, han tergiversado la voluntad del pueblo y del legislador convirtiendo el Estado Autonómico en 17 pequeños Estados, arrogantes, cuajados de instituciones inútiles y de empresas públicas y departamentos duplicados y triplicados, con parlamentos que dictan una lluvia ridícula de leyes que siempre dicen lo mismo.

La tercera gran fechoría es haber inundado el país de una forma corrupta de proceder desde el poder, expandiendo la corrupción, como si fuera un virus, hasta los últimos rincones de la sociedad, destruyendo el alma de los españoles y haciendo del país en lider mundial de todo lo grotesco y vulgar: tráfico y consumo de drogas, blanqueo de dinero, trata de blancas, baja calidad de la enseñanza, fracaso escolar, inflación de coches oficiales, desprecio a los políticos, divorcio entre ciudadanos y políticos y un largo etcétera que ha convertido a España en un “país pocilga” y necesitado de ayuda internacional, motivo de honda preocupación para la comunidad mundial.

Concebidos para hacer valer ante el poder político los deseos y demandas de los ciudadanos, los partidos políticos, que en teoría deberían estar situados a medio camino, entre los ciudadanos y el poder gobernante, han abandonado al pueblo y se han apropiado del Estado. Para ellos era más rentable, aunque también mas sucio, antidemocrático y vil. Han preferido el poder y los privilegios al servicio y se han atrincherado en la ignominia. La endogamia, la corrupción, la falta de democracia y el ansia de poder han convertido a los partidos políticos españoles en gigantes egoístas, sordos y ciegos, incapaces de ver o escuchar los deseos y exigencias del pueblo, que en democracia deben ser atentidos.

Mientras la mayoría de los españoles rechazan ya el sistema autonómico abusivo, los partidos, habituados a imponer sus intereses al bien común, quieren mantener el decrépito y descontrolado Estado Autonómico español, transformado ya en una fuente de insolidaridad, disgregación y enfrentamiento. Tampoco son capaces de percibir el inmenso alcalce del rechazo popular a los políticos, que atribuyen, con una ceguera tan estúpida como temeraria, a la crisis y a los recortes y esfuerzos impuestos desde el poder. Ni siquiera son capaces de ver que el pueblo, cada día con mas unanimidad, los señala ya como enemigos de la nación y del progreso y los identifica como el mayor obstáculo para la regeneración del país.      El triunfo de los mediocres y de los partidos políticos
La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. Todo está dominado por esa plaga, la peor y mas dañina de todos los tiempos. Los partidos políticos son la gran expresión del triunfo de la mediocridad en el mundo actual.

Desde Aristóteles hasta Darwin y Spencer, ningún pensador político, filósofo o estudioso había imaginado que una sociedad pudiera ser liderada por mediocres. La historia de la Humanidad, claramente explicada por Darwin, refleja el triunfo de los más fuertes y mejores sobre los peores y los mas débiles. Desde los tiempos antiguos, los mas fuertes alcanzaban el poder y ejercían un liderazgo sustentado por la fuerza o la inteligencia superior. Sin embargo, todo cambió cuando se fundaron los partidos políticos y los mediocres descubrieron que, unidos y organizados, podían imponerse a los más fuertes e inteligentes, casi siempre divididos y desorganizados. A partir de entonces, el mundo, dominado por una panda de mediocres organizados en partidos políticos, está revuelto, es más inepto, injusto y depravado y muchas veces involuciona en lugar de evolucionar. Es la consecuencia directa del triunfo de la mediocridad, que ha tomado el poder y creado un imperio político donde los mediocres controlan la historia con la ayuda de torpes, imbéciles y malvados.

La mediocridad es la gran herejía de nuestra época. Los mediocres se han apoderado del mundo y lo han cambiado todo, desde la política a la religión, sin olvidar los valores, las costumbres y las leyes. Todo está dominado por esa plaga, la peor y mas dañina de todos los tiempos.

La sociedad, al igual que la naturaleza, se regía por la selección de las especies y los mejores se imponían a los peores. De ese modo, el mundo avanzaba y casi siempre mejoraba. Pero la irrupción de los partidos políticos en la escena lo cambió todo y los mediocres tomaron el poder, imponiendo a la Historia un devenir alocado, sin lógica, irracional y muchas veces dominado por el mal y sus secuelas de abuso, corrupción, violencia, desigualdad y opresión.

Un vistazo desinteresado a la Historia demuestra que los líderes antiguos eran los mejores y que el pueblo les exigía mucho, sobre todo que se asemejaran a los dioses. Se sentian orgullosos de sus dirigentes y los adornaban con privilegios para, a cambio, recibir de ellos protección y un liderazgo sabio y prudente. En la antigua Sumeria existían alimentos especiales elaborados para deificar a los reyes, que eran los únicos con derecho a consumirlos. A cambio, las exigencias a los poderosos eran enormes y el fracaso de los líderes se pagaba caro, incluso con la vida. Hoy todo se ha mediocrizado. A los políticos no se les exige nada, ni siquiera que sepan idiomas, y el fracaso ni siquiera provoca la dimisión. Desde que los partidos irrumpieron en la Historia, el liderazgo en la Tierra se transformó en una cloaca.

En el mundo de los líderes no tenían cabida ni la cobardía ni la mentira ni la corrupción, los tres pecados capitales del liderazgo actual. Cuando algún rey caía en esos vicios, la sociedad entera conspiraba para deponerlo porque se sentía indignada de tener a un canalla en el poder.

Los partidos políticos, ideados como estructuras superiores capaces de llevar la voz del pueblo hasta el corazón del Estado, han frustrado todas las esperanzas y traicionado las espectativas del pueblo. Se han convertido en maquinarias que únicamente se mueven por el poder y para el poder, tras haber abandonado al pueblo y adquirido el vicio rastrero de anteponer sus privilegios e intereses al bien común.

La vida interna de los partidos es un desastre antidemocrático y vertical que parece ideado para fabricar mediocres pervertidos y antidemócratas. Dentro de los partidos, para prosperar, hay que someterse al líder y renunciar a la crítica. No existe el debate ni el discernimiento, que son la esencia de la sabiduría y de la formación humana, sino pura sumisión esclava. Para prosperar dentro de un partido no hay que ser inteligente o virtuoso, sino someterse, decir siempre “sí” al líder, no pensar demasiado y acumular rencor y mala leche para cuando el poder se ponga a tiro. La verdad tiene allí menos importancia que la conveniencia y los análisis y conclusiones suelen ser fallidos, arbitrarios y parciales. Cuando después de años sometidos a esa disciplina de sumisión y represión de la creatividad, la imaginación y la chispa, un militante escala puestos y, tras ganar su partido las elecciones, accede a un ministerio o a la presidencia del gobierno, nos encontramos frente a un gran mediocre, cocido en el horno de la mediocridad y cargado de cobardía, hipocresía, falsedad y resentimiento. Cualquier cosa menos un demócrata, pero llevado en volandas por los mediocres hasta el liderazgo y la responsabilidad de gobernar una nación.

Después pasa lo que pasa. Basta contemplar a personajes como Felipe González, José María Aznar, Zapatero y Rajoy para descubrir la fuerza de la mediocridad y la pasta mediocre que inunda e infecta todo el edificio de la política, en España y en otros países, aunque España, probablemente, ejerce un liderazgo mundial en mediocridad difícil de desbancar.

Si alguien no cree en este análisis y en el duro diagnóstico de que el mundo, dominado por la mediocridad de los partidos, retrocede en lugar de avanzar, que mire y analice el balance de lo que han logrado los partidos políticos en los dos siglos que llevan dominando el mundo: No han logrado un mundo mejor sino todo lo contrario. El siglo XX, que fue el siglo del Estado y de los partidos políticos, fue también el de los asesinatos y la violencia. Sin contar con los muertos en campos de batalla, más de cien millones de civiles fueron asesinados por el poder político en limpiezas étnicas, guerras clandestinas, aniquilaciones culturales, odios nacionalistas y exterminios basados en la seguridad nacional. El resultado de la dictadura antidemocrática y anticiudadana de los partidos es aterrador: hambre, violencia, guerras, asesinatos, desigualdad, miedo, distancia creciente entre ricos y pobres, desprestigio de la política, corrupción, injusticia, mentiras, engaños y un largo y estremecedor etcétera, logrado por los mediocres organizados en sus lamentables y dañinos partidos políticos.

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