miércoles, 12 de septiembre de 2012

Cataluña, una sociedad enferma

 
Cataluña, una sociedad enferma que se encamina al abismo

Musulmanes con banderas separatistas catalanas.
                       
 Cataluña se encamina al abismo cantando himnos de alegria y emitiendo partes de victoria. Cataluña se cree viva e inmortal cuando ya está tocada por el soplo de la muerte y sus días están contados. El vocerío y la gesticulación a la que asistimos son las últimas manifestaciones de un cuerpo que se apaga. Hacia delante ya no hay la esperanza vana de una larga vida sino la perspectiva cierta de una corta agonía. Estamos más cerca del final que de otra cosa.
 
Mientras centenares de miles (o un millón) de catalanes viven la ilusión de la vida y el simulacro de la acción que proporciona el griterio callejero de una masa más acostumbrada a la declamación que dispuesta a la acción y más sensible a la demagogia que apta para la reflexión, la Historia sigue su camino sin atender al revuelo de moscas que pretende decidir de la marcha de las mareas y corregir lo que está escrito sobre el mapa de un futuro que no admite dudas.
 
Los catalanes marchan al desastre como un rebaño entregado a los cuidados y la guía de unos pastores dementes que los llevan por los páramos de la frustración y el descalabro. Por unas horas, todos aquellos que por instinto o por educación llevan en sí esa fascinación por el desastre y el caos, se han echado al río de la marea humana que ha inundado las calles de una ciudad que verá un día no muy lejano correr otras aguas muy distintas a las que hoy han salido a borbotones de las alcantarillas de una sociedad desbordante de liquidos infectos y corrompidos.
                             
Una legión de insensatos, de incultos y de mezquinos ha desfilado por las calles de Barcelona en una ceremonia grotesca y disparatada cuyo verdadero alcance no llegarán nunca a entender sus protagonistas pero que a buen seguro padecerán cuando llegue ese momento que está anunciado en las señales inequívocas que se manifiestan en el relato de los acontecimientos en curso.

En los siglos venideros, la Historia nos contará que 30 años antes del dominio musulmán de Cataluña, el pueblo de ese país creyó poder hacer impúnemente oídos sordos al estruendo de una conquista que estaba echando sus bases ante sus propias narices. Mientras los catalanes se entregaban a juergas indignas de un pueblo en vías de extinción, a payasadas propias de una sociedad senil y moribunda, los futuros nuevos amos esperaban tranquilamente que sonara su hora en el reloj de esa Historia que ya había señalado el cambio del día por el de la noche para el minuto preciso en que cayera, para no volver a levantarse más, un espíritu sin vida y un cuerpo sin sangre.
 
La fallida humanidad que representan esos cientos de miles de manifestantes no se imagina por un instante que la suerte está echada. Esos momentos de entusiasmo y ese sentimiento de fuerza surgidos del amontonamiento de muchas debilidades no tiene futuro y ni siquiera pasado pues de este presente, vivido como una borrachera colectiva, no guardará memoria una posteridad que pertenecerá a otros muy distintos a los que hoy han sentido la euforia de una embriaguez sin sentido ni destino. Los que hoy han creído, en el calor de la manada, que el mañana les pertenece, ignoran que ese día no figura en ese calendario soñado.

Que Cataluña sea o no una nación, que el pueblo catalán haya de tener o no un Estado propio, que si la independencia es posible o necesaria… Todas estas cuestiones, a pesar de la apariencias y del zumbido del discurso actual, ya no entran en la nueva realidad que ha venido gestándose en Cataluña mientras los catalanes miraban hacia otra parte y se equivocaban de enemigos. Todas estas cuestiones equivalen ya al debate sobre el sexo de los ángeles en una Constantinopla asediada por los turcos. La sumisión al islam y la dominación de los musulmanes les pillará a los catalanes enfrascados en estériles discusiones y enconados debates. Como en la fábula de los dos compadres y el burro, vendrá un tercer actor, y mientras los dos primeros estén rodando por el suelo por la posesión del borrico, este último se lo llevará sin esfuerzo.
 
El dilema de Cataluña o Catalunya será zanjado por la nueva apelación que le irá como un guante: Qataruña o Qatarunya.

Los pueblos no tienen derechos, sino capacidades. No olvidemos nunca esta primaria verdad de la cual la Historia no es más que el recuento sin fin. Cataluña no tiene derecho a esto u a aquello, no tiene más derecho que a lo que pueda conquistar y defender. Eso vale para todos. En Cataluña se ha asentado otro factor de poder que, llegado el momento negará a los catalanes todo derecho que estos no puedan imponer y menos defender. El derecho emana de la fuerza y sólo de la fuerza. Cuando la fuerza musulmana sea más poderosa que la de los catalanes, ¿a quíen le corresponderá ejercer el poder? ¿De quíen será Cataluña? ¿Quienes serán los amos y quienes los servidores?

Este terrible panorama les parecerá a algunos una exageración, una caricatura tremebunda de un futuro improbable. ¿Realmente? Hay al día de hoy más de 500.000 musulmanes en Cataluña (de un total de 1.500.000 de inmigrantes). Al ritmo de la continua entrada de musulmanes y de su reproducción in situ (promedio de hijos por matrimonio 3 veces superior a la media catalana), ¿cuantos décadas pensamos que faltan para que los catalanes sean minoría en Cataluña? La demografía será el factor determinante que decida el reparto de poder y la misma naturaleza de Cataluña en los próximos tiempos.
 
¿Qué Cataluña habrá en el año 2050, por poner una fecha razonable al horroroso pronóstico que surge de los números que tenemos sobre la mesa? Antes de ese año los catalanes se habrán convertido en una curiosidad antropológica, los restos de una etnia otrora numerosa y dueña de su tierra. En etnología se habla de “islote étnicos”. Es una situación que se ha dado en innumerables ocasiones a lo largo de los siglos. No será distinto en este caso. ¿Cúal es la situación de los indios norteamericanos, encerrados en sus reservas por el hombre blanco? ¿Cúal es la de los nativos de la isla de Formosa (Taiwán), relegados a minoría discriminada por los chinos continentales llegados huyendo de la revolución comunista de Mao? ¿Cúal es la de los veddas, los nativos de Ceylan (Sri Lanka), reducidos a unos pequeños grupos dispersos en las montañas del interior de la isla tras las invasiones de pueblos del subcontinente indio?
 
Los ejemplos abundan, no es necesario hacer una lista más larga. Unos pueblos más vigorosos demográficamente llegan a un territorio cuyos habitantes se muestran incapaces de defenderse de la invasión, lo pueblan, lo colonizan y terminan relegando a los nativos a la categoría de curiosidad de otra épocas. Hubo un tiempo en que los serbios eran los dueños de una provincia de su país llamada Kosovo. La llegada de unos intrusos venidos de un país vecino que no fueron rechazados a tiempo terminó, con el paso de los siglos, por reducir a los serbios a una minoría que ahora malvive en un país que les ha sido arrebatado. Esas cosas no siempre pasan a los demás. Estamos viendo los primeros capítulos de una historia similar en Cataluña. Con la diferencia que aquí la conquista extranjera no se extenderá sobre un periodo de siglos, sino de décadas.
 
Hemos descrito el futuro inmediato de Cataluña, el destino seguro al que llegará pronto de no corregir el camino que lleva. Todavía se está a tiempo, pero el tiempo es precisamente lo que se está acabando. Viendo el desfile multitudinario de este 11 de septiembre, en que un auténtico tropel de cretinizados ha berreado por la calles las consignas que la nulidad y perversidad de la clase dirigente le ha puesto en los labios, no puedo dejar de pensar en lo acertado de la elección del burro como animal totémico de los catalanes y en la certera imagen de la más íntima y fiel vocación de los mismos: el caganer. ¡Que vayan bajándose los pantalones!

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