viernes, 14 de septiembre de 2012

sintiendose como en casa


 
Este fin de semana, en Alcorcón, unas bandas de magrebíes equipados con armas blancas, palos y diversos objetos contundentes, romos, puntiagudos o cortantes, se han enzarzado en una reyerta multitudinaria. Es una manera de combatir la nostalgia y sentirse como en casa a pesar de la distancia y la fría indiferencia de los autóctonos hacia esta jovial humanidad llena de vida y frescura.
 
La existencia del inmigrante es muy dura, y estos bereberes sin duda añoran la fluidez y la abundancia con la que se derrama la sangre en sus pedregales nativos. Pensemos solamente en lo siguiente: en estos momentos en Siria corren los glóbulos rojos por las calles como el agua por las acequias. En Irak, en Afganistán, en Somalia, etc…: tres cuartos de lo mismo. ¿Podemos esperar que aquí estén quietos, con las manos en los bolsillos, los que en otras comarcas estarían a estas horas haciendo lo que les pide el cuerpo?
 
Las razones de esa batalla campal son lo de menos, aunque es muy posible que el comercio de la droga sea el motivo de este derroche de energía. Cualquier otro motivo también hubiera servido, por cierto. Hay que entender que nuestras fiestas pueblerinas carecen de todo aliciente para estos muslimes acostumbrados a emociones más fuertes que la de ganar un osito de peluche en la tómbola de un feriante.
 
Nuestras fiestas se han vuelto multiculturales y una buena reyerta con armas blancas es un significativo aporte magrebí a las aburridas celebraciones de todos los años. Estamos en el buen camino. Sin embargo, hay que hablar claro: el resultado de este juvenil y entusiasta encuentro, que aporta un novedoso vigor y abre un mundo de posibilidades para el futuro de España y de los españoles ansiosos de colores, olores y sabores nuevos y exóticos, es a todas luces insuficiente.

No se trata de jugar a los aguafiestas, ni de ser un amargado perpetuamente insatisfecho. Pero si queremos tomarnos las cosas en serio debemos ser exigentes y someternos a una disciplina de hierro. Esta savia nueva y llena de ardor se está malgastando en tonterías. Y esto no puede ser. Un capital humano se está dilapidando sin beneficio alguno.
 
Las autoridades deben tomar cartas en el asunto. Es urgente. Es imprescindible. En ello va nuestra credibilidad como país moderno que juega en las Grandes Ligas (Zapatero dixit). Somos la novena potencia económica mundial (o la decimotercera, o la decimonovena…, ya no estoy seguro, al paso que vamos…). En todo caso, somos punteros y vanguardistas (así lo dicen los telediaros) en todo lo que se nos presenta por delante. Somos la raza del Quijote y de Manolete. No hay molino de viento ni toro de Mihura que pueda con nosotros. Para cada solución tenemos varios problemas. ¿Y si podemos hacerlo difícil, para qué lo vamos a hacer fácil?

El balance de esta batalla campal, que ha amenizado los tradicionales festejos patronales de la villa de Alcorcón con la emoción de lo real y lo auténtico, ha sido lamentable: 11 heridos leves y 4 de diversa consideración por arma blanca (y SÓLO uno grave, y ni siquiera está en estado crítico). La sangre derramada apenas ha alcanzado para rellenar un botellín de agua mineral. Baste con decir esto para describir el fracaso de esta reyerta llevada a cabo con más entusiasmo que eficacia.
 
Y aquí reside el quid de la cuestión. Tenemos la materia prima en abundancia y de excelente calidad por añadidura: la furia asesina, el ansia de sangre, la incansable agresividad de estos jóvenes muslimes no necesita ya ser probada. Y sin embargo, todo se queda generalmente en mucho ruido y pocas nueces: unos cuantos contusionados, alguna cabeza abierta, un moro que otro eviscerado de vez en cuando…: un contínuo y desesperante goteo que nada arregla. Esta dolorosa constatación nos impele a una seria reflexión y autocrítica. ¿Hacemos lo bastante para que nuestra decepción pueda ser un día reemplazada por la satisfación del objetivo cumplido?

Estamos en un cruce de caminos decisivo: o seguimos así para siempre y nos hundimos irremediablemente en la intrascendiencia sin remedio o tomamos el toro por los huevos y levantamos cabeza de una puñetera vez. Es ahora o nunca. ¡Basta de mojigaterías pusilánimes y de tapujos pequeñoburgueses!
   
Tras sesudas cavilaciones y una noche entera en vela, he dado con la solución, a mi entender perfecta e insuperable, a este problema cuyo deficiente y mezquino tratamiento, hasta ahora, nos relega a la categoría de país de tercera.

Impelido por el desafío intelectual que tan grave situación ha sometido a mi vocación de servicio y ha puesto a prueba mis capacidades, me he abocado a la tarea de desentrañar las fallas de este fenómeno y de encontrar una solución radical y efectiva al mismo. Estamos en el tercer milenio y ya no es tiempo de parches y remiendos. Propongo el remedio integral, la solución total, el punto final. La vulgaridad ha de ceder el paso a la excelencia.
 
Reflexionemos honestamente sobre los orígenes de este deficiente estado de cosas. Si se hubiese planificado bien desde un principio, no estaríamos ahora lamentando este ridículo resultado que lo deja todo como antes. Si se hubiera equipado a estas dos bandas (y a tantas otras) con los elementos apropiados para una batalla campal como Mahoma manda (armas blancas con el filo oxidado, palos con clavos de 20 cm, armas de puño con balas explosivas, etc…) no tendríamos ahora este resultado mediocre e insignificante de 15 heridos, sino 30 fiambres en posición horizontal.

Ahora nos lamentamos por el exiguo resultado. Pero nuestra insatisfación y decepción carecen de legitimidad ya que nunca nos hemos preocupado de poner los medios para que todo fuera distinto. La solución está en nuestra manos. Y es esta. Juzguen ustedes.
 
Los días de enfrentamiento (previamente acordados entre las bandas deseosas de combatir entre ellas hasta las últimas consecuencias y las fuerzas del orden) estos jóvenes fogosos serán llevados en furgones blindados a terrenos clausurados (campos de fútbol, polideportivos, solares industriales en desuso, canteras de extracción de áridos, vertederos municipales, campos de tiro del Ejército, etc…).

Los equipos habrán de ser siempre iguales en número para evitar toda ventaja a cualquiera de los bandos. Todo el operativo será supervisado por importantes fuerzas policiales con orden de disparar a mansalva en caso de perdida del contro del operativo (cosa que hay que suponer como muy posible debido al entusiasmo y la inevitable histeria colectiva de los participantes de estos enfrentamientos). Se evacuará la población civil de los alrededores (si la hubiera) durante el tiempo de la contienda en un radio de 500 a 1000 metros, según sea conveniente. Un helicoptero artillado sobrevolará en permanencia el perímetro del terreno de batalla con la misión de ametrallar sin contemplaciones a todo aquél que se saliera de la zona acordonada.
 
Los dos grupos serán mantenidos separados hasta el inicio del choque. Se les suministrará a cada equipo una cantidad de armas igual al número de combatientes en liza (tantas armas blancas, tantas armas de fuego, tantas balas, tantas granadas, etc…). Se llevará a cabo un control estricto para que ningún desaprensivo o acaparador se haga con dos o más armas (lo que redundaría en una pérdida de efectividad a la hora de la contienda). La cantidad de balas estará siempre determinada por los cáclculos efectuados por especialistas del Ejército y la Guardia Civil para evitar una distribución insuficiente o excesiva de munición, teniendo en cuenta que se buscará siempre como objetivo primordial el mayor número posible de muertes.

En los prolegómenos de la lucha se les suministrará haschis en cantidades ingentes a estos desaforrados para que adquieran el mayor furor asesino posible y de paso sirva de anestésico a la hora de ser alcanzados por las tiros o los hachazos. Mientras se ponen ciegos de droga, sus imanes respectivos los arrengarán debidamente prometiéndoles 72 vírgenes a cada uno de los candidatos, y cosas así…
 
Toda la contienda será supervisada por un juez asistido de su secretario que velará por la pureza jurídica del evento. Una cantidad de furgones fúnebres esperarán en las proximidades para hacer la regogida oportuna despues de la degollina. No serán necesarios servicios médicos ni ambulancias. De sobra conocida es la vocación al martirio de estos mahometanos ansiosos de ver a Alá.

Cuando los supervisores del operativo consideren el momento llegado, ordenarán a sus efectivos ocupar sus posiciones, y se lanzará una bengala roja que será la señal para empezar la madre de todas las reyertas.

A partir de ese momento, se dejará actuar en el interior del recinto a los participantes sin intervención alguna del exterior. Debido a las particulares características de estos encuentros no se podrá nunca suspender un torneo para ser disputado en fecha posterior. Las batallas tendrán una duración determinada o no tendrán límite de tiempo (ese detalle se acordará antes de cada encuentro). Si se opta por la segunda modalidad, se dará por finalizado el enfrentamiento cuando ya no se oiga más disparos ni gritos de ¡Alá Akbar!
 
Una vez que el jefe del operativo dé por concluida la contienda, este decidirá el tiempo prudencial de espera antes de entrar en el recinto. Eso con la finalidad de que los heridos graves tengan el tiempo de desangrarse sin remedio. Teniendo en cuenta el oxido de los machetes y las hachas suministradas y las balas explosivas es de esperar una mortandad sobre el terreno de un 80% o más. El resto tendrá unas espectativas de vida muy reducidas y un alto porcentaje de esos escasos sobrevientes tendrán que espabilarse por su cuenta.
 
Una vez retirados los cadáveres y los moribundos dejados a su suerte o a la atención de sus familiares y amigos, se levantará acta del balance del enfrentamiento y se despejará la zona para que los servicios de limpieza procedan a la desinfección e higiene del teatro de operaciones, para un uso posterior, si así dispusieran las autoridades competentes.

Bien, este es, en síntesis, el método propuesto. Podemos esperar que con semejante fórmula el éxito está asegurado más allá de cualquier contingencia, y los resultados difícilmente puedan ser superados por otros sistemas o procedimientos. En un espacio de tiempo relativamente corto, y dependiendo de la frecuencia y la cantidad de participantes en cada encuentro, el problema que hemos observado puede ser resuelto en pocos meses.
 
Pongo en conocimiento de la ciudadanía toda este proyecto y llamo la atención a quienes corresponda para que lo sometan a las pruebas pertinentes a fin de llevarlo a cabo de manera adecuada, si fuese juzgado oportuno hacerlo, por las autoridades competentes.

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