jueves, 4 de octubre de 2012

Salafismo en cataluña


Cataluña se ha convertido en el epicentro del salafismo más radical y la mayoría prefiere mirar hacia otro lado
Primero fueron los daneses quienes se atrevieron a levantar el dedo contra el fundamentalismo islámico, luego un desafortunado video americano de muy mal gusto, después los franceses y su Charlie Hebdo y ahora El Jueves el que, siendo fiel a su característica sátira contra cualquier dogma, no ha dudado en dedicarle su portada a Mahoma. Personalmente, no concibo mofa alguna contra ninguna religión, ya sea por no herir la sensibilidad de los que la profesan. Pero lo que aquí nos jugamos, viendo la reacción del salafismo radical y su cruzada totalitaria contra aquel que no comulga con sus ideas, es nuestra libertad de expresión, por mucho que yo no la comparta. Para empezar han conseguido comprar nuestro silencio utilizando el miedo y la violencia.
                                      
Con todo, el problema no está en desiertos lejanos. El problema lo tenemos dentro de nuestra casa. Cataluña se ha convertido en el epicentro del salafismo más radical y la mayoría prefiere mirar hacia otro lado. Peor aún, seguimos cometiendo los mismos errores de siempre y tenemos a los imanes más fundamentalistas, pero Zapatero actuó con absoluta irresponsabilidad y Rajoy, entre lío y lío, algarabía y puro por la Sexta Avenida de Nueva York y de vuelta de su enésimo silencio, anuncia que va a seguir apostando por la Alianza de Civilizaciones zapaterina. Oiga, Rajoy se no has vuelto progre y no entiende que no puede haber alianza de civilizaciones, sino alianza con seres civilizados. Debe ser muy civilizado inculcar a un niño desde la más tierna infancia el odio a los judíos e incitarles a que sean los guerreros de Alá del futuro. O lavar el cerebro a las mujeres con programas de televisión en ciertas cadenas árabes explicándoles en cómo ser una buena madre de terrorista. Y así, mientras el salafismo va haciendo de las suyas, forjando de la radicalidad su leitmotiv, asesinando a embajadores de Estados Unidos en nombre de Alá, amenazando a las embajadas occidentales, repudiando a las mujeres en cárceles textiles, asesinando a los infieles homosexuales y aislando a los musulmanes críticos que se atreven a hablar en Occidente, algunos continúan con la mirada minúscula. O peor aún, haciendo suyas las palabras de Alexis de Tocqueville cuando decía aquello de que un político piensa en las próximas elecciones y un estadista en la próxima generación.
                          
Y ahí tenemos ese gran sainete de la multiculturalidad que se ha perpetrado sin prisas pero sin pausas, con el sello indiscutible de muchas familias de la izquierda más demagoga y otras tantas de la derecha más acomplejada, por organizaciones sociales de diversa índole, por sociólogos y antropólogos de cuota en universidades varias y por medio pensionistas de medio pelo. Unos por oportunismo, otros por ingenuidad. Ingenuos como el ex presidente catalán Jordi Pujol, que dio prioridad a la inmigración magrebí en detrimento de la latinoamericana. Pensaba Pujol que los islámicos eran más fáciles de adoctrinar que los latinos, sabedor de que éstos últimos tenían el yugo inquebrantable del español como lengua materna. El ingenuo Pujol creyó –minusvalorando las barreras culturales y religiosas- que sería suficiente que los magrebíes aprendieran catalán para que se integraran sin problemas y comulgaran con ese nacionalismo silente que ya empezaba a emerger. De ese buenismo y esa ingenuidad se ha alimentado al monstruo.

Y hoy en día, el salafismo dirige tres mezquitas de Barcelona y también la de Terrassa, cuyo líder está imputado por incitar a la violencia contra las mujeres. Y no sólo esto. En Tarragona, el salafismo controla cinco mezquitas generosamente financiadas por países islamistas de dudosa procedencia. Y además, no podemos olvidar que el terrorista de Toulouse, Mohamed Merah, estuvo en varios congresos salafistas secretos en Reus y Gerona. Es decir, que hemos permitido que en nombre del multiculturalismo más infantil tengamos entre nosotros a auténticos fanáticos que usan el nombre de Dios como coartada para controlar las mentes de muchos ciudadanos con total impunidad. Y no sólo eso, hemos permitido que hasta el buen nombre del F.C Barcelona se manche con la Fundación Qatar. Luego, el que dice ser más que un club promociona una dictadura atroz que tiene sumergida a su población en una muerte civil y que tiene como líder a Al Qaradawi, un señor que justifica el Holocausto nazi. Seguirá siendo para muchos el mejor club del mundo, pero cuando se venden los valores universales de un club centenario - que es un sentimiento universal sin fronteras- a una teocracia islámica, se demuestra, una vez más, que algunos entienden los valores en función del número de billetes. Y eso es sólo un síntoma del monstruo que tenemos entre nosotros y al que no le damos la importancia que tiene. Espero que no ocurra lo que cuenta una leyenda rusa. Stalin se muere delante de un grupo de acólitos. Unos a otros se miran sin saber qué hacer y comienzan a hablar entre dientes. Al final uno de ellos, tomando la palabra, exclama en voz baja -¡Pero si está muerto!- a lo que otro le contesta- Sí. Pero ¿quién se lo dice?

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